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Descripción

Muchas veces, cuando los uruguayos se ven ante la alternativa de elegir entre la historia y la leyenda, eligen la leyenda. A la medianoche de los viernes de luna llena, yo estoy entre ellos. Como a muchos niños de los campos del norte del país, la leyenda del lobisón siempre me perturbó el sueño y la imaginación. Con los años supe que la leyenda del hombre lobo, o en el lobo hombre, o lobisome, o lobisón, llegó hasta nosotros en la época colonial, a través de los terrores nocturnos de gallegos y portugueses, abrumados por el hambre, el miedo y la ignorancia del mundo rural de la Edad Media europea con sus brujas y hombres lobo. Aquella inquietante atmósfera de miedo trasladada en las sentinas de los galeones imperiales a nuestras América, se instaló sin demora con todas sus supersticiones y sus miedos, en las desmesuradas soledades del campo uruguayo. En particular, en aquellas miserables poblaciones que tuvieron la mala suerte de contar con un séptimo hijo varón entre sus habitantes. Y como tan bien lo señalara Martínez Estrada, aquellos miedos de la noche quedaban pegado a las casas al amanecer. Lo que tienen de tristes y hostiles se comprende recordando que el día es un paréntesis de la noche.

Pues, lo que aquí se cuenta tiene mucho que ver con lo antedicho. Ocurrió en el Rancherío de la Semana, un pequeño caserío del Sur llamado de este modo, porque sus primeros pobladores fueron los siete Díaz, hijos de Agamenón Díaz y cuyo séptimo hijo, Folinato Díaz, protagonizó una leyenda difícil de olvidar y que me encantó a tal punto, que no tuve la menor intensión de resistirme a contarla. Por supuesto, el que quiera creerla que la crea y el que no, que la crea sin querer.

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