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Descripción

Obedecer, creer, crear, son las tres formas del apego a la vida que David Lapoujade, filósofo de singular agudeza, extrae de uno de los libros más descuidados de Henri Bergson, su obra final, Las dos fuentes de la moral y de la religión, aquella obra que, como en Spinoza, podría corresponder, si tomamos el riesgo, al tempo de la beatitud. A partir de estos tres verbos el hombre ha combatido su dato biológico inherente, la «potencia deprimente de la inteligencia». Y mientras que las dos primeras formas (símbolos sociales, religiosos) no pasan de ser frágiles consuelos (¡pero qué fuerzas tan ingeniosas ya que han comandado gran parte de la historia humana!), la última hace saltar por los aires el dato, o al menos lo somete a una emoción fundamental, que no se sabe de dónde viene, pero se intuye, que no tiene forma precisa, que no corresponde ni nos vincula ya a seres u objetos, que es una emoción del tiempo. Un acto libre que expresa el «yo de las profundidades», aquel yo sin cara de yo, sin cara de Hombre, aquel que siempre ha corrido en paralelo al «yo de superficie», al yo = yo. Es el ser que siempre hemos sido, pero que raramente somos, conciencia interior de nuestra participación en una duración única que nos fuerza a simpatizar con otros ritmos de duración, memoria-espíritu, intuición. Una lectura lúcida, justo a tiempo, nos es ofrecida como un regalo divino por Lapoujade, como en todo occursus, con el regusto de magia que siempre presenta este tipo de encuentros.

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