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Descripción

Hace ya mucho tiempo que vivimos en el horror a una catástrofe pasada. Anástrofe es la tragedia que ya ocurrió. Catástrofe es el eco o la réplica hiperrealista que siempre está a punto de ocurrir. Y entre anástrofe y catástrofe se estira el sopor de una vida circular, la vida póstuma de alguien que ya no tiene historia, ni tiempo ni lenguaje. En ese estiramiento obsesivo ubico a los juegos. Los juegos no son narrativas. Son funcionamiento, tecnología, ritual, comunicación, circulación, recursividad. Pericia y no conciencia.

La catástrofe es ese momento orgásmico temido y deseado, profetizado o simulado, siempre anunciado por técnicas de suspenso, postergación, aplazamiento y cuentas regresivas, que también será una absolución y un alivio. Podremos descansar de los juegos. Podremos descansar de la publicidad y del consumo, de la técnica, la tecnología y los mundos posibles, de la seguridad, de las cámaras y de las passwords, de los periodistas y de los medios: de los pronósticos y de las alertas de catástrofes.

Covid-19 no fue una crisis más. Le mostró a Occidente su propio cansancio y mostró que ese cansancio es estructural y endémico. El cansancio de lo mismo y de lo neutro, la incapacidad absoluta de algo nuevo, la sensación de estar en un loop temporal que no parece tener salida.

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