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Descripción

«Hablo de lo que me pasó a mí, que también fui creyente, fervoroso defensor de la Revolución cubana, admirador del Che. Muchos amigos míos acabaron en la cárcel por defender esas ideas. Algunos murieron. Casi todos éramos muy jóvenes».

Este libro es la crónica de un desencanto largamente procesado y, también, una severa acusación a parte de la intelectualidad occidental y gran parte de la izquierda, crítica (a veces) en la intimidad pero obsecuente en lo público.

Pasados más de sesenta años de aquella revolución que prometía independencia, libertad y justicia social en la isla que era burdel y casino de Estados Unidos, ¿qué queda? En el haber gente alfabetizada, una salud pública relativamente aceptable, comida racionada. En el debe: una inmensa mayoría de la población empobrecida, la casta comunista-militar-gubernamental gozando privilegios, millones de exiliados, libertades hechas cenizas y represión, más represión.

En palabras del autor: «La izquierda democrática latinoamericana no solucionará los problemas de Cuba. Eso deben hacerlo los cubanos. Sí se puede denunciar a la burocracia que gobierna la isla, exigirle que respete los derechos humanos, que abandone sus delirios de martirologio y acepte los cambios que su inviable economía necesita. Que entienda que la Guerra Fría acabó hace muchos años. Que permita que su población participe en las decisiones de gobierno, en la economía del país, en el desarrollo cultural y científico. Hay que denunciar los atropellos y la represión contra los ciudadanos cubanos cada vez que se tenga noticia de que eso ocurre, igual que se hace con las violaciones a los derechos humanos en cualquier lugar del mundo.

El pensamiento progresista latinoamericano debe abandonar el silencio vergonzoso, rehabilitar su tradición libertaria, igualitaria, en defensa de los cubanos sometidos por el partido único».

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